En 1818, dos décadas antes de la descripción del pinsapo (Abies pinsapo Boiss.) que hiciera el botánico suizo Edmond Boissier en 1838, el naturalista valenciano Simón de Rojas Clemente Rubio incluía en la reedición que hizo la Real Sociedad Económica Matritense de la obra “Agricultura general” de Gabriel Alonso de Herrera, la que puede considerarse la primera descripción científica del pinsapo, árbol que había conocido Clemente Rubio por primera vez en Sierra Bermeja, durante su viaje en octubre de 1809.

Si la serpentina cría el pino mucho mejor, tan bien que no pueden impedir esté pobladísima de él casi toda la que divisé en este viaje las continuas quemas que apenas los dejan crecer a la gran de altura a que tienden; si cría en las cumbres de los dos Reales una selva negra de pinsapos, arbol desconocido en el granitino, también éste tiene de espeso encinar las altas caídas al Río Genal y otros puntos de encinas que la serpentina no lleva; también cría muchísimo alcornoque de que Sierra Bermeja es muy pobre, también lleva algún mesto, mucho quejigo, yedra, acebuches y algarrobos que o no nacen en la Bermeja o son en ella muy raros. (Clemente Rubio, octubre de 1809)

Agricultura General, de Gabriel Alonso de Herrera, edición de 1818La reedición en cuatro volúmenes de la obra “Agricultura general” de Gabriel Alonso de Herrera, tuvo por objeto recuperar el texto de la edición original de 1513 , que se consideraba muy desvirtuado en sus múltiples ediciones posteriores, dotándola de las adiciones de rigor científico aportadas por ilustres botánicos de la época, entre otros Clemente Rubio o Mariano Lagasca, adecuadas al saber de principios del siglo XIX. Este libro de Gabriel Alonso de Herrera fue un encargo del cardenal Cisneros, quien financió una obra titulada Agricultura que es de la labrança y criança, y de muchas otras particularidades y provechos del campo (también conocida como  Agricultura General), que se convirtió a la postre en un clásico y en el más importante tratado de agricultura conocido en España hasta más allá de la Guerra Civil.

La larga relación que mantuvo Clemente Rubio con Félix Häenseler, quien había ejercido como boticario en Estepona durante casi nueve años, hace muy probable que fueran pliegos aportados por Clemente al herbario del botánico y farmacéutico, los que veinte años después dieran noticias a Boissier de la existencia en Sierra Bermeja de un abeto desconocido para la ciencia, que motivaron sus primeras exploraciones en 1837 y la descripción científica que hiciera el suizo en 1838:

Me preparé para la ascensión del día siguiente a Sierra Bermeja. Estaba lleno de curiosidad por visitarla, con el fin de observar un abeto del que había visto una rama sin fruto en el herbario del Sr Haenseler en Málaga y que me parecía ser una especie nueva. Todo el mundo en Estepona conocía este árbol con el nombre de Pinsapo, del que se hacía uso en las procesiones y en las fiestas religiosas, a causa de la elegancia de su follaje y de sus ramos que, dispuestos en ángulo recto en sus últimas ramificaciones, parecen pequeñas cruces. Desde la misma ciudad se podía distinguir, cerca de la cima de la Sierra, los bosques que formaba; su tinte opaco contrastaba con el verdor pálido y claro del Pinus Pinaster que cubría las pendientes inferiores (…) La vegetación de Sierra Bermeja es bastante diferente a la de las otras cadenas montañosas del país debido a los bosques que la cubren y a la naturaleza de sus rocas constituidas por una especie de arenisca y no por calcáreo cristalino. De todas las montañas un poco elevadas de la costa meridional de España, es la más próxima de Africa y tiene, probablemente, muchas relaciones con las cadenas secundarias del Atlas (…) Sobre la última cuarta parte de la montaña los pinos disminuyen desapareciendo de repente, siendo reemplazados por los Pinsapos, que tuve el placer de poder examinar de cerca. Sus ramas, que guarnecen el tronco hasta la base, me recordaron a nuestros abetos, pero la notable pequeñez de sus hojas espesas y carnosas y su disposición cilíndrica sobre las ramas no me permitían relacionarla con ninguna especie conocida. Busqué conos para aclarar mis dudas, pero no pude encontrar restos, me fue preciso renunciar de momento el satisfacer mi curiosidad sobre estos árboles, sobre los que trataré más adelante. (Edmond Boissier, 1837)

La precursora intuición de Clemente Rubio al respecto de que el pinsapo constituía una especie distinta ya fue señalada también por el botánico y famarcéutico malagueño Pablo Prolongo, discípulo de Félix Häenseler, en un artículo sobre un jarabe de pinsapo escrito en 1880 en la revista profesional La Clínica de Málaga (Garrido y Pérez Rubín, 2011):

El célebre naturalista D. Simón de Rojas Clemente y el eminente sabio D. Félix Haensseler, alemán naturalizado en España, farmacéutico muy versado en ciencias naturales y corresponsal de varias sociedades científicas, en 1808 fueron de opinión, que el árbol designado por Lamark con el nombre de Pinus maritima, era otra especie, si bien no hallándolo en flor no pudieron clasificarlo. (Pablo Prolongo, 1880)

La procedencia de los pliegos de Häenseler con ramas de pinsapo que vio Boissier, que en realidad fueron elaborados por Clemente Rubio, ya fue investigada por el veleño Modesto Laza Palacios en 1942 y apuntada por científicos de la Universidad de Málaga en 2010 (Cabezudo et al.), que proponen actualizar la nomenclatura de la especie a Abies pinsapo Clemente ex Boiss:

Es casi seguro que Boissier conoció estos pliegos y también que Haenseler, hombre aventurero y descuidado, como hemos visto, no se preocupara de señalar ni insistir en su procedencia. Todo esto me induce a sugerir una tercera hipótesis, y es la de que las ramas de pinsapo que Boissier vio por vez primera en el herbario de Haenseler, según él mismo refiere, 1, página 49, del Voyage, lo fuera en realidad en los duplicados de Clemente en poder de aquél, ya que es indudable que el glorioso y desgraciado sabio español recorrió las Sierras Bermeja y de Tolox y en ambas hay bosques de pinsapos. No es admisible la idea de que una especie vegetal que se presenta nada menos que formando bosques pudiera pasar inadvertida para un botánico de la talla de Clemente. (Laza Palacios, 1942)

Nota sobre un herbario de plantas andaluzas de D. Simón de Rojas Clemente y Rubio (1942)

Meses más tarde del primer encuentro de Boissier con los pinsapos en Sierra Bermeja en 1837, el botánico suizo llevará a cabo una segunda exploración, esta vez en la Sierra de las Nieves. En septiembre, acompañado por Prolongo y Häenseler, sube a la Sierra de La Nieve pasando por Cártama, Casarabonela, Alozaina y Yunquera, y desde allí se encamina al Convento de Nuestra Señora de Las Nieves. Por las descripciones que hace Boissier en sus diarios se puede deducir que la vegetación arbórea estaba bastante esquilmada, consecuencia de las talas realizadas años atrás para alimentar los altos hornos de galena antimonial de las minas de San Eulogio, muy próximas al convento:

El guía nos mostró desde lejos el primer pinsapo. Dando gritos de alegría corrimos llenos de emoción, pero, desgraciadamente, el árbol no tenía fruto. Un segundo, un tercer, me dan falsas esperanzas sucesivamente. Al fin, soy lo bastante afortunado como para encontrar uno, cuyas ramas superiores están cargadas de piñas tiesas. Nos apresuramos a trepar para cogerlas, y ya no nos queda duda sobre el género de este árbol singular. Era, ciertamente, un Abies, vecino de nuestro abeto blanco. El principal objetivo de mi excursión estaba logrado. (Edmond Boissier, 1837)

Sin embargo, pese a esta cita de Boissier en 1837 y su posterior descripción de la especie, las adiciones añadidas por Clemente Rubio en 1818 para la reedición de la obra Agricultura General de Gabriel Alonso de Herrera, además de las propias que figuran en los diarios que recogió en 1809 para la redacción de su Historia Natural del Reino de Granada, y el propio testimonio del boticario Pablo Prolongo, justifican que el descubrimiento para la ciencia de Abies pinsapo deba tener también un espacio reservado para el reconocimiento al ilustre botánico valenciano, que recoge así su descripción de la especie:

El abeto comun, llamado pinsapo en el reino de Granada, y también pinabete por los artistas (Pinus picea. Lin. Abies pectinata. Decand.), abunda espontáneo en la Sierra del Pinar, en la de Tolox y la de los Reales sobre Estepona, á la altura de unas mil novecientas hasta dos mil cuatrocientas varas sobre el nivel del mar; siendo su zona favorita la subalpina. Gusta de los terrenos calizos y de serpentina; mas no del granito. El tronco es derecho, y se eleva hasta mas de ciento veinte pies. Las ramas salen casi perpendiculares al horizonte, y se encorvan ó arquean hácia el suelo por las estremidades, formando el todo del árbol una especie de cono corto, y ancho por la base. La corteza es blanquecina, débil, quebradiza, y la madera tierna y resinosa. Las piñas son rojizas en su madurez, muy anchas por la base, y su punta mira constantemente al cielo. (Clemente Rubio, 1818)

Referencias:

Clemente Rubio, 1818

Descripción de Clemente, en Agricultura General de Gabriel Alonso de Herrera, edición de 1818

Boissier, 1838

Descripción de Boissier, 1838