MANIFIESTO

Antes y después de que el sociólogo Pitt Rivers (1971) definiera la ciudad de Ronda como Capital Subprovincial de su extensa comarca, numerosas publicaciones, sobre todo de carácter geológico, geográfico-físico, biogeográfico e histórico, han venido a plasmar las singularidades de una de las encrucijadas ecosistémicas y humanas más notables del planeta, que trasciende, con mucho, los actuales y estrictos límites provinciales: es decir lo que desde siempre significó el término geográfico “Serranía de Ronda”.

Ni la extraordinaria variedad del roquedo que la sustenta, ni su complejidad tectónica tan propia de la Orogenia Alpina, ni la abundancia de ecosistemas, serían óbice para su conformación como comarca, que se define y delimita claramente de las llanadas del Surco Intrabético al norte, del Guadalquivir al oeste, del Valle del Guadalhorce al este, y del Estrecho al sur. Geológicamente, nos hallamos ante una serie de materiales desplazados hacia la Fosa del Guadalquivir, con dos mantos paleozoicos, El Alpujárride y el Maláguide, enmarcados por el norte con las rocas carbonatadas mesozoicas del denominado Complejo Dorsaliano o Circumbético, con la Sierra de las Nieves como techo y un dédalo de unidades que conforman ese complejo, y al oeste las del Subbético Interno: Líbar, Endrinal, Pinar, y otras menores hacia el E y NE. Al sur-suroeste, las unidades tipo flysch del Campo de Gibraltar, con materiales arcillosos, areniscosos y calcáreos de edad miocena, y en el centro de todo ese conglomerado de sierras un potente espesor de depósitos molásicos de origen marino que constituyen la depresión de Ronda, prácticamente circunvalada por este descomunal anfiteatro de montañas. Por fin, al sur y sureste se eleva una intrusión ultramáfica de edad indeterminada, con peridotitas en gran medida serpentinizadas y alteradas en superficie: se trata de la mayor y mejor expuesta extensión de este roquedo en Europa Occidental, Sierra Bermeja, con el añadido una serie de serrezuelas y afloramientos (Alpujata, Parda, Pelada, Robla, Baños…) que se desperdigan hacia el Valle del Guadalhorce.

Parque Nacional de la Serranía de Ronda
La forma en espolón entre dos mares y la gradación orográfica propician un mesoclima de montaña mediterránea húmedo, esa Andalucía Verde, en acepción de Ramón Tamames (1978), con isoyetas que van desde los 700 mm en la meseta rondeña, hasta los más de 2.000 de Grazalema, o los más de 1500 en cumbres de Bermeja, Nieves y Líbar, y los más de 1000 de los valles que se abren al Estrecho (Genal y Guadiaro). Las temperaturas son suaves en los valles expuestos y abiertos al mar, y propias del clima mediterráneo-continental cuanto más al norte y oeste. Ambas siguen los modelos de los termotipos zonales y orográficos, con medias anuales que oscilan entre los 8º, menos en las alturas, y los 14º C.

Las características físicas dan lugar una gran variedad de ecosistemas, con series de vegetación climatófilas de quercíneas, las edafófilas sobre las serpentinas, con el pinsapar serpentinícola de Los Reales como verdadera rareza botánica, por ser único en el mundo sobre este tipo de roca, y su numerosa y frágil cohorte de endemismos, abetal que se repite también sobre las dolomías y calizas de la Sierra del Pinar en Grazalema, y en amplios rodales de la Sierra de las Nieves y algunos sueltos en Blanca de Marbella: estos abetales constituyen la seña de identidad más conspicua de esta montaña, su más preciada singularidad. Las series edafohigrófilas embellecen las riberas, y en las vaguadas de más umbría de los Alcornocales de las Sierras de Cortes y del Aljibe, así como en las del Genal y los tributarios de Bermeja, aparece fugazmente el milagro del bosque lauroide, donde no es infrecuente hallar el rododendro. He aquí la idea de encrucijada biogeográfica, por cuanto se han descrito taxones de las regiones Eurosiberiana, Mediterránea y Macaronésica.

A este paisaje natural se añaden en muchas de las laderas los cultivos y arboledas en mosaico, con el castañar como especie dominante en los nortes silíceos, las especies heliófilas en los sures, los regadíos en bancales y travertinos, los campos adehesados, las ganaderías extensivas en los pastizales. Todo ello es muestra de la aparición del hombre y sus usos desde tiempos prehistóricos, de la importancia de la colonización romana y altomedieval en la meseta rondeña, y, desde luego, de la ocupación de los vacíos territoriales por parte de los musulmanes, beréberes por lo general, que establecieron sus Qurà o alquerías en las laderas, organizando el espacio a modo de islas de ager sobre un mar de saltus (Benítez Sánchez Blanco, 1982). Las serranías rondeñas delimitarán el distrito de Takurunna, y tras la disolución del califato, la ciudad y su tierra constituyeron un efímero reino Taifa. Tras estas colonizaciones, y después del dominio nazarí, Ronda y su sierra pasan a manos castellanas. De las sociedades tribales, controladas precariamente por las aristocracias guerreras de los husun, se pasa a los realengos y señoríos cristianos, y tras las guerras moriscas se alcanza una mayor utilización del espacio, consecuencia del aumento demográfico en las sucesivas centurias. Ambos fenómenos culminan la actual fisonomía del paisaje.

Ronda era y es capital de aquel vasto territorio de montañas y gentes que comprende el sur extremo de las de Sevilla, el oriente gaditano y toda la Garbía malagueña. A su indiscutible centralidad administrativa y económica únese un indudable atractivo, tanto por los monumentos y construcciones que han ido embelleciendo la ciudad, como por el bravío paisaje que la circunda. Un ideario romántico que la contempla o la imagina como centro de esa última frontera, de esa tierra salvaje, casi inexplorada hasta Gibraltar, de lugares insólitos, de leyendas y mitos, que los viajeros europeos quieren conocer y experimentar a toda costa. Cientos de ellos acuden, desde Merimée a Ford, desde Roberts a Hemingway, por no citar a los actuales, pues la ensoñación y el imaginario que emanan de esta ciudad y de la región que preside no hacen sino aumentar, y de ello da fe el hecho de ser uno de los enclaves más solicitados por el turismo internacional.

El área del pinsapo señalada sobre toda la serranía de Ronda por Willkomm en 1852
Todo lo anteriormente expuesto no es sólo un catálogo de intenciones para resaltar los valores, bellezas y singularidades de la ciudad y su territorio, sino para reivindicar el nombre de Ronda como indiscutible centro regional de su vasta Serranía. Centro humano y enclave geográfico: nada ni nadie puede quitarle ese rango, a pesar de su ancestral aislamiento, aún no corregido, y de los síntomas de despoblación, dramática ya en el Valle del Genal.

Sin embargo, las modas, también en la Ciencia, suelen ser imparables, y más con el apoyo e indocta perversión de las redes sociales y de unos medios de comunicación donde el rigor científico escasea sobremanera: a esa extensa región montañosa que la Geografía denomina Serranía de Ronda, y que, aun en su enorme diversidad, ha mantenido desde siempre una unidad territorial, y una capitalidad, indiscutibles, se la intenta desmembrar en porciones (¡la eterna atomización hispana!), basadas en falsedades de nomenclaturas imposibles: así, el triunfo del concepto “Sierra de Cádiz”, o de “Sierra de Grazalema” (Pinar, Endrinal, más propiamente), o esa inventada “Sierra Sur” de Sevilla, o si se dice, con total impunidad, en un medio malagueño “…ha nevado en la Serranía de Ronda y en la Sierra de las Nieves…”. ¿Se imaginan el topónimo “Sierra de Barcelona” referida a Montserrat, o Parque Nacional del Veleta por Sierra Nevada?

Ronda era y es capital de aquel vasto territorio de montañas y gentes que comprende el sur extremo de las de Sevilla, el oriente gaditano y toda la Garbía malagueña

A este respecto bien vendría recordar la existencia de dos CEDER, el de Ronda hasta 2005, y el que persiste de Sierra de las Nieves, separando de hecho, por vía política, lo que constituye una única comarca, como estamos intentando demostrar. Esa falta de rigor alcanza ya límites de una flagrante ignorancia que raya en la injusticia: en la Sierra de las Nieves, donde ya se sugiere como se ha dicho una clara separación del concepto Serranía de Ronda, como si fuesen entidades distintas, se ha llegado a la aberración geoecológica de separar a Bermeja del futuro Parque Nacional, lo que va a constituir, caso único mundial, ¡mundial!, una nefasta desprotección sobre este tipo roquedo. Y esto ya no es política ni ese denodado intento de jibarizar y dividir los territorios arguyendo ese concepto de “administración eficiente”, tan ineficiente, sino tal vez, insistimos, pura ignorancia. Y es que, en el fondo, lo que subyace es el economicismo o el oportunismo político, el egoísmo infame de la subvención y el privilegio por parte de algunos, la supremacía del localismo narcisista, en el sentido más despreciable de esa acepción.

La Serranía de Ronda (o mejor, Ronda de la Serranía, como sugiere A. Garrido) se juega mucho en esta batalla de las palabras y debe comenzar ya a defender la integridad de su indiscutible conjunto, marcado por la Geografía y la tradición histórica. Una “marca” que subyace, y subyuga, en su sola pronunciación: Ronda, alta y honda, rotunda, profunda y alta…, la llamó Juan Ramón Jiménez, en una suerte de aliteración paisajística. Tal vez deberíamos acudir también al conocido adagio nominalista de Bernardo de Cluny: Stat Roma pristina nomine; nomina nuda tenemus (“La primera Roma pervive en su nombre; sólo tenemos nombres desnudos”). Pues sustituyamos esa “Roma” por Arunda o Hisn Runda, y podremos convenir en que la más genuina y actual Ronda, con su “alta y profunda” Serranía, están ya más que diseñadas, y desnudas de vanos adjetivos, en su solo y bellísimo nombre.

José Antonio Castillo Rodríguez

Es doctor en Geografía Física por la Universidad de Sevilla, autor de varias obras sobre la Serranía de Ronda. Entre otras, El Valle del Genal: paisajes, usos y formas de vida campesina (2002), que constituyó su tesis doctoral. En la actualidad es presidente del Instituto de Estudios de Ronda y la Serranía (IERS)